
Entre dichas barreras cabe destacar el llamado efecto suelo de las dietas. Este efecto se refiere a que si una
persona comienza a restringir el número de calorías que consume habitualmente,
los primeros kilos se perderán rápidamente, sin embargo, al cabo de algunas
semanas observará como, a pesar de mantener dicha restricción, pierde cada vez
menos kilos hasta que ya no baja más, es decir, se ha llegado entonces a lo que
se ha denominado setpoint o punto fijo.
Ahora bien, el setpoint no es inamovible pero son necesarios algunos años para
su consolidación (algunos autores hablan de hasta seis años). De este dato se
deduce que el organismo tiende durante mucho tiempo a la recuperación del peso
después de haberlo perdido.
A esto se añade el concepto de ponderostato referido a que cuando los
adipocitos comienzan a vaciarse dejan de fabricar leptina y esto incrementa la
sensación de hambre. En sentido inverso, cuando los adipocitos se llenan la
producción de leptina bloquea la sensación de hambre. Esto puede explicar la
voracidad que sienten la personas cuando restringen significativamente su
alimentación.
Por lo tanto, viendo las
restricciones fisiológicas que nos impone nuestro cuerpo a la hora de perder
peso, y la importancia de factores psicológicos en el mantenimiento del peso
perdido mediante dietas, el trabajo
psicológico debería abarcar los siguientes objetivos:
- Modificar la expectativa respecto a la cantidad de peso que quiere perder: sus experiencias con las dietas hipocalóricas pueden haberle hecho creer que es razonable esperar una pérdida mucho mayor de peso de la que es sostenible a largo plazo.
- Cuestionamiento del tópico de "peso ideal": El IMC es el mejor índice para establecer el peso de una persona en relación a su talla. Este índice marca una banda bastante amplia dentro de la cual el peso de una persona no representa problemas para la salud. Una persona cuya altura fuese 1,72 estaría en un peso saludable tanto si pesase 60 kg (IMC=20,33) como si su peso fuese de 74 kg (IMC=25). No obstante, muchas personas no aceptan inicialmente esta idea.
- Adherirse a un programa de alimentación personalizado: el diseño de una dieta equilibrada y personalizada enfocada a controlar el peso debe hacerlo un profesional de la nutrición. La persona que debe seguir esa dieta debe asumir que el nuevo patrón alimentario tendrá que mantenerse de modo indefinido, ya que dicho patrón sólo es eficaz durante el tiempo en el que se realiza. Para mantener este nuevo hábito es imprescindible que esta dieta respete los gustos de cada cual y que ningún alimento quede prohibido ya que eso sólo contribuiría a fortalecer el llamado efecto “manzana prohibida".
- Aprender a aceptar el propio cuerpo: como la pérdida sostenible de peso es limitada, muchas personas se pueden sentir decepcionadas por este hecho. Es por esto, que enseñar a aceptar el propio cuerpo puede ser un elemento crítico en el éxito del programa. Dejar de luchar contra esta limitación hace que esa decepción y malestar se atenúe y se viva de un modo limpio y sin cargas emocionales.
- Reforzar los cambios en los hábitos de vida y retirar el foco del peso: al inicio de cualquier cambio dietético suele surgir la tentación de pesarse a diario para ver si efectivamente funciona lo que se está haciendo. El peso, incluso cuando se utiliza alguna dieta, no desciende sistemáticamente en cada pesaje, sino que además de mostrar fluctuaciones diarias de la mañana a la noche, también puede estancarse durante varios días.. Es por esto que el hecho de pesarse sistemáticamente puede empeorar el estado de ánimo de la persona, especialmente si no se encuentra el resultado esperado en la báscula.
- Estimular la práctica de alguna actividad física: la actividad física moderada (no extenuante) es un elemento fundamental en la regulación del peso. Además, la actividad física moderada causa cierto cansancio físico que, a su vez, suele facilitar un mejor descanso e incrementar la calidad del sueño también importante para el control del peso porque se asocia con la correcta regulación de las sensaciones de hambre y saciedad. La actividad física también modera el apetito, y sirve también para controlar los estados emocionales de ansiedad y depresión que pueden llevar a muchas personas a una ingesta de alimentos hipercalóricos como una forma de calmar los nervios a corto plazo.
- Crear nuevos contextos para el establecimiento de los nuevos hábitos: comprometer a toda la familia en el nuevo estilo alimentario podría ser una vía para estimular el cambio alimentario, ya que ello facilita la preparación de los alimentos y el control estimular. La red social puede facilitar que la práctica de la actividad física pueda ser, a la vez, una forma de establecer y mantener el apoyo social, buscando personas y lugares comunes donde hacer ejercicio. Aprovechar las rutinas cotidianas para incorporar una nueva conducta, por ejemplo, caminar una hora al día durante desplazamientos al trabajo o debidos al quehacer diario puede ser una buena opción para mantener una actividad mínima. Si no existen estos recursos habrá que buscar otros modos de promover la modificación de conducta.
Desde este Gabinete consideramos que,
además del trabajo imprescindible del profesional de la nutrición en el diseño
y seguimiento de la dieta desde el plano fisiológico (por favor evítense
realizar dietas diseñadas por uno mismo), todos estos objetivos cognitivos y
conductuales son necesarios e ineludibles en cualquier programa de pérdida de
peso que se precie. Así, en el caso de que no se pudieran lograr, os animamos a
buscar ayuda psicológica que os ayude a conseguirlos para alcanzar la meta siempre
deseada, esto es, sentirse bien con nuestro propio cuerpo.
Fuente: Amigo, I. y Fernández, C. (2003). El papel del psicólogo clínico en el tratamiento del sobrepeso y la obesidad. Papeles del Psicólogo, 34 (1), 49-56.
No hay comentarios:
Publicar un comentario